Un Toyota del 75
Apenas Hermes vio el deslucido azul del Toyota de 1975 perdió la razón.
Tras la descolorida cáscara del automóvil imaginaba a un elegante señor de corbata y sombrero. Se veía a si mismo como el vendedor viajero que recorrió por tantos años el norte árido a bordo de vehículos lustrados con devoción. Él amaba a los autos tanto como a su esposa Ernestina, a quien conoció a uno de aquellos largos periplos ofreciendo mercancías a los molinos de trigo. Los años no hicieron más que aumentar su pasión al punto que llevó a vivir con ellos a la anciana madre de ella. Entre los años de Hermes, Ernestina y la suegra había casi tres siglos.
Su relación con los autos era muy singular. Su mirada caía sobre los coches a maltraer. Como si sus ojos radiografiaran la pintura saltada y vieran el corazón del auto. Sentía el ronquido del motor, el palpitar de la bocina, el aliento del tubo de escape. Fue ese sentimiento estremecedor el que lo llevó a entrar así sin mediar el toque de la puerta a la casa de su nuevo vecino. El dueño del Toyota, un tipo de pelo largo que no parecía especialmente interesado en la carcacha, escuchó impávido las historias pampinas, el pormenorizado relato de los autos que desfilaron por su cochera, el cómo le resulta urgente conseguir un nuevo vehículo para continuar con sus negocios.
– La verdad es que yo no vendo este auto, porque fue de mi papá, respondió aturdido. Es un recuerdo de la familia. Además tampoco podría porque no tiene documentos. Solamente lo uso para moverme en radios cortos.
– Pero usted sabe que donde su padre está los bienes materiales no importan, contraatacó el veterano. Él ha de estar sufriendo al ver esta joya tan descuidada.
El viejo lanzó la frase como quien pasa con un cigarrillo que deja una estela de humo y se perdió en la avenida paseando a su gigante y lanudo perro. Al día siguiente, al de después y al de enseguida Hermes regresó a la casa de su a estas alturas desconcertado vecino. Como si nunca hubiera cruzado palabra abundó en sus viajes de negocios por el norte, la avanzada edad de su suegra, lo importante que era tener un vehículo para su trabajo.