Gloria

 


No podía estar más contenta. Podía ser la última en la carrera, pero en ella el espíritu olímpico era lo fundamental: lo importante no es ganar, sino competir, repetía. Al ver sus calendarios de bolsillo, tan lindos, tan optimistas con un solcito asomando tras las montañas y su leyenda “una luz es capaz de borrar mil sombras”, Gloria se sentía como una heroína de telenovela. Por qué no. Alguna vez ocupó una silla del municipio por casualidad y ahora los votantes no podrían resistirse a su sonrisa de vecina copuchenta vestida con ese traje color violeta que tanto le sentaba.

Como siempre que los peces gordos de la política visitaban la ciudad, Gloria estaba bien informada. Cuando el presidente encendió la mecha del gas natural en el yacimiento, se escabulló entre los curiosos y posó con una sonrisa de medio metro a su lado. Los periodistas no entendían cómo esta señora se las arreglaba para ser así de inoportuna. Las fotografías eran su mejor tribuna: levantando una mano sobre el hombro del alcalde, apretujada a un diputado, acomodando su rostro junto al mismísimo primer mandatario. Había que ser muy patuda y desconocer la vergüenza para llegar tan resuelta al podio donde los demás no podían o no querían alcanzar.

Sus ganas no defraudaron. Apareció en cuanta ceremonia oficial hubo.
Pero tampoco hay que ser injustos. Ella siempre recorría los barrios porque decía que Dios la bendijo con una vocación social del tamaño de un portaviones. Y no podía traicionarlo. A diario seguía disciplinadamente una agenda hecha por ella misma. No podía pagar asesores. Si sabía que llegaba alguien importante, allí iba. En la noche, cuando los pies le cobraban la cuenta de la falta de automóvil, no desfallecía. Debía tener limpio y planchado su traje para la siguiente jornada.
El día de las elecciones Gloria sacó muy pocos votos. No obtuvo el de su marido, porque a los cincuenta y tantos era todavía señorita. El escuálido recuento la dejó a metros de la municipalidad. Pero esa cifra que hubiera botado de golpe a cualquier mortal sensible, no trastocó ni un ápice las aspiraciones de nuestra candidata. Ella era así. Aunque el fracaso fuese cíclico en su vida, parecía tener unas gafas tan gruesas que no lo veía. O le hacía un desprecio. Veía oportunidades donde los otros sólo vemos un agujero negro. Su cabeza ilusionada pensaba ya en el siguiente sufragio. “En esta me la pusieron difícil, la próxima pondré yo las condiciones”, decía en voz alta. Y eso que suena muy inocentón tenía algo de verdad, porque nadie confiaba en la pobre Gloria. La colocaron como la última carta de su partido. Sólo porque su alharaca fue tal que el presidente se dijo dejemos a esta vieja que sueñe. En cuatro años más las cosas podían tomar un rumbo totalmente distinto. Si hasta ella podía ser la rectora de los destinos del famoso partido. “¿Cómo no lo pensé?… Si las votaciones son dentro de dos meses”. Un nuevo horizonte, luminoso como su calendario de bolsillo, aparecía radiante ante los ojos de Gloria.

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